La papa y la ganadería ponen en peligro a páramo que surte de agua a Bogotá

La papa y la ganadería ponen en peligro a páramo que surte de agua a Bogotá
Diciembre 13, 2017

El uso intensivo del suelo con cultivos de papa y ganadería afecta los ciclos naturales de este páramo, que provee el 30 % del agua que se consume en Bogotá. Una alternativa para conservar y proteger este cuerpo de agua es el pago por servicios ambientales (PGA), así, los usuarios del suelo reciben una retribución por dejar una porción de sus predios con bosque nativo.

A solo 80 km de la capital del país se encuentra el páramo de Guacheneque, con un perímetro de 10 mil hectáreas, que incorpora tanto los municipios cundinamarqueses de Villapinzón, Machetá y Chocontá como los boyacenses Úmbita y Turmequé.

Pese a su importancia como lugar estratégico y proveedor de servicios ambientales, el cultivo extensivo de papa y la introducción de pastos de engorde y levante para ganado lo están poniendo en riesgo.

Marcela Bernal Cuesta, magíster en Ordenamiento Urbano Regional de la Universidad Nacional de Colombia (UN), encontró que tales acciones no están siendo realizadas por los campesinos de la zona: “aunque la mayoría de sus cultivos son para autoabastecimiento, los grandes productores de papa de la capital y de municipios aledaños son quienes tienen los terrenos en alquiler, realizan siembras extensas y los usan en actividades ganaderas”.

Después de revisar la distribución predial del páramo –suministrada por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac)–, la investigadora halló que hay predominio de minifundios (terrenos de 2 a 10 hectáreas) y microfundios (inferiores a 2 hectáreas), con 282 y 253 predios respectivamente, que en ocasiones han sido el producto de una subdivisión predial originada por procesos de sucesión que tienen varios herederos.

Esta situación ha generado que –en la mayoría de los casos– el tamaño del terreno sea insuficiente para que los campesinos desarrollen actividades productivas y generen ingresos, por lo que algunos deciden ampliar la frontera agrícola sobre las áreas de protección o alquilar sus minifundios a grandes agrícolas que asuman los costos de producción de la papa.

Para identificar la problemática, la magíster trabajó con la metodología de las 3 m, que incluye tres fases: en la primera, multiescalaridad, identificó y contextualizó los páramos del mundo, pasando por los de la cordillera Oriental hasta llegar al de Guacheneque; en la segunda, multitemporalidad, analizó las transformaciones a las que el hombre ha sometido este ecosistema en las épocas prehispánica, hispánica, republicana y actual; y en la tercera, multidimensionalidad, con base en la información obtenida en las dos primeras fases, identificó los aspectos físico-bióticos, histórico-geográficos, socioculturales, socioeconómicos y político-institucionales que le permitieron entender cada una de las dinámicas y los conflictos presentes en el páramo.

Así, observó que unas 1.000 hectáreas de la zona están destinadas a la siembra de papa y a la cría de ganado. Aunque a primera vista la cifra puede parecer irrelevante, se debe tener en cuenta que algunas de esas actividades se realizan dentro de las tres reservas forestales protectoras (rfp) del páramo: la del Nacimiento del río Bogotá, la de la Cuchilla el Choque y la del Frailejonal.

Así mismo cabe resaltar que según el censo de 2005 la población del páramo era de 60.619 habitantes, aunque solo 8.414 personas demandan recursos sobre este, en su mayoría campesinos de escasos recursos económicos y tecnológicos dedicados al cultivo de papa y a la ganadería parcelaria, netamente familiar.

Uso intensivo del suelo

Para la profesora Nohra León, exdirectora del Instituto de Estudios Ambientales (Idea) de la UN y vicedecana académica de la Facultad de Ciencias, lo que pasa en el páramo de Guacheneque es un triste ejemplo de lo que sucede en los páramos colombianos: “los grandes agricultores han encontrado que cuando cultivan en las zonas altas de los páramos necesitan menos agroquímicos, lo que les favorece la reducción de costos de producción, pero los efectos ambientales resultan letales para el subsuelo, el ambiente y el agua, que en muchos casos desde su nacimiento ya están contaminados con plaguicidas”, afirma la docente.

Según el informe del Igac y del Instituto Humboldt de 2016, de los 2,9 millones de hectáreas del área total de los páramos, entre 500 mil y 600 mil han sido intervenidas por actividades agropecuarias.

Precisamente la falta de una adecuada articulación entre las normativas ambientales y urbanas ha abierto las puertas para que a los páramos no se les dé su valor estratégico, aún siendo parte fundamental de las ciudades.

Al respecto, María Patricia Rincón Avellaneda, coordinadora académica de la Maestría en Ordenamiento Urbano Regional de la UN, señala que los planes de ordenamiento territorial se han concentrado especialmente en las áreas urbanas dejando las áreas rurales con menor nivel de detalle.

“En el caso de los páramos, la única alternativa para llevar a cabo programas y planes coherentes y articulados sería la acción conjunta de todos los municipios que entran en su jurisdicción”, precisa la profesora Rincón, directora de tesis de la magíster Bernal.

La desarticulación también ha fragmentado la propiedad, debido a que las tierras se dividen para arrendamiento o venta, lo cual genera una mayor degradación del ecosistema. Para la magíster Bernal es importante que las estrategias de preservación del ecosistema del páramo se den a partir de la inclusión de los campesinos, quienes se deben considerar al momento de diseñar los planes de ordenamiento ambiental regional.

“La solución no es decirles que abandonen sus tierras porque estas han sido su único medio de subsistencia durante años; es fundamental llegar a acuerdos con ellos, con el fin de indicarles hasta qué puntos pueden cultivar”, manifestó.

Estrategias de conservación

En consecuencia, como una forma tanto de generar mayor conciencia ambiental como de subsistencia, propone los PGA que ya se aplican en otras áreas y que consisten en una contribución económica por parte de los ciudadanos para que los campesinos de la zona reciban una retribución por dejar una porción de sus predios con bosque nativo que actúe como barrera de protección y conservación ambiental.

Del mismo modo plantea los corredores ambientales como estrategia de conservación regional, ya que “la fuerte intervención en el páramo de Guacheneque ha provocado la fragmentación del ecosistema interrumpiendo el flujo de especies y produciendo pérdidas de biodiversidad, flora y fauna silvestre, y por eso los corredores aseguran que los fragmentos de ecosistemas estén unidos o conectados y que faciliten la interconexión de especies”, precisó la investigadora.

Si se reconoce la fragilidad de los páramos y se logra llegar a acuerdos entre actores como los guardabosques y campesinos; las corporaciones regionales; el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, y las ONG, se podrá concebir un ordenamiento territorial que garantice el principal beneficio ecosistémico que estos espacios le ofrecen al hombre: el agua.

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